
Encarcelada en un lugar donde todo el mundo exige y nadie da, donde todo el mundo obliga y nadie cede, se encuentra encarcelada y desorientada la fiera dentro de un cuerpo que la obliga a calmarse como la sociedad quiere. Y entre los barrotes se cuela para mostrarse en el momento donde las defensas bajan, donde la razón abre sus puertas porque embaucada por los latidos de la sangre bulliendo en el cuerpo, no teme a esa que esconde bajo su dura crítica.
La fiera se transporta con cada ir y venir de sangre al corazón, donde cobra fuerza, donde deja de escuchar a esa razón para escucharse a si misma. A flor de piel es alimentada y descubre que la fiera es menos perjudicial que la razón, que bajo su falso ego, alberga locuras de personas que se creen normales por ser semejantes a quienes le rodean sin darse cuenta que simplemente hay más locos que cuerdos que están pero no son, que caminan pero no sienten, que viven pero no gozan de la vida.
La fiera se da cuenta que toda razón ha bebido del pozo de la locura, donde todos los sentimientos, pálpitos o sensaciones, han sido ahogados convirtiendo al ser humano en autómata irremediable. Pero la fiera palpita en este cuerpo sediento de sensaciones y que se negó a beber de ese pozo de locura infernal, porque vino a este mundo a vivir y no a pasar por él.
La fiera se da cuenta que su yo no es la mente, sino que la mente debería ser ella. Anula el pensamiento porque el pensamiento no la deja ser, anula la razón porque la razón la obliga a ser quien no es.
Yo existo sin necesidad de pensar, yo soy aunque no piense. Existo en el ahora, existo y vivo. La fiera late, la fiera vive, la fiera es, y va a tu encuentro; la fiera que es más humana de lo que tu razón dejará que jamás tú lo seas la fiera que vive mientras tu ego solo te deja existir.
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